jueves, 15 de septiembre de 2011

BLOG CERRADO

Siento mucho haber tardado tanto en publicar pero he de comentar que he estado muy liado con la publicación de mi primer libro "A la sombra de la luna llena" el cual podéis adquirir por internet (http://www.libreriagrima.es/ficha-del-libro.pro_libro=286611_) o en algunas librerías.
Señalar que una editorial está interesada en mi segundo libro, este que estoy redactando para vosotros, y me ha pedido que cierre el blog para hacer más privado la publicación de la novela que están dispuestos a editar.
Siento mucho daros esta noticia pero estaré dispuesto a manteneros informados de cualquier avance.
Gracias por estar ahi y por vuestro apoyo

viernes, 20 de mayo de 2011

4. Reflexión

Capítulo cuarto

                Me encontraba fuera del hospital paseando por una pequeña zona ajardinada con varios árboles y muchas flores. Pisaba el césped con delicadeza como si sintiera su dolor al posar cada uno de mis pasos. Me había vuelto más sensible al tratar el tema de mi madre con papá. Ahora veía las cosas desde otro punto de vista y podía llegar a comprender el dolor y sufrimiento ajeno al mío. Alcé la vista y observé el antiguo edificio de color gris rodeado de ventanales que formaban el hospital de la zona. Allí había cientos de personas que estaban padeciendo alguna enfermedad, dolor,… Pude ver algunas siluetas que me observaban tras el cristal deseando estar fuera como yo, prisioneros de forma voluntaria en una cárcel de gérmenes y padecimientos. Vi un anciano en la tercera planta que apoyaba su mano en el cristal, como si empujara para poder salir, y su cara de disgusto me maldecía por estar sano. Luego agachaba la cabeza y se retiraba al interior de su habitáculo aislado del mundo social en el que pasaría el resto del día viendo la televisión hasta que se acabara el tiempo que le da la moneda que echó algún familiar hace algunas horas.

                Alcé un poco más la vista y contemplé el sol del mediodía que quería esconderse avergonzado tras el edificio, rebosante de salud y consciente de su larga duración de vida. Radiaba su calor que rozaba mi piel como una caricia ofreciéndome su energía vital.

                El hospital se hallaba bajo su sombra, adquiriendo un tono oscurecido, más triste, como si los que se encontraran dentro se les hubiera prohibido recibir la luz y el calor del sol, contando el poco tiempo que les quedaba en esta vida pasajera. No todos tendremos una larga vida como el sol pero en el poco tiempo que se nos ofrece podrían dejarnos aprovecharlo al máximo, poder ver tantas cosas como se pueda, descubrir infinidades de cosas misteriosas, ir más allá de donde nuestros pies puedan llegar. Si nuestra vida es tan corta, ¿por qué debemos padecer y sufrir?

                Alcé aun más la vista intentando ver más allá del techo azulado que formaba nuestro cielo buscando algo que me diera alguna explicación. Si se nos había regalado la vida… ¿por qué debíamos sufrirla en lugar de disfrutarla? Alguien podría echar una mano de vez en cuando. ¿Ángeles? ¿Dioses? Qué más da, pero que den una pequeña ayuda a estas personas necesitadas que sufren en silencio una vida que se les ha impuesto, no regalado.

                Mamá también estaba entre todas esas personas. Su cuerpo se desgastaba por culpa de un cáncer que ella no pidió, consumiéndose minuto a minuto en contra de su voluntad, acortando su tiempo en esta vida. ¿Es un castigo? ¿Cómo se puede tratar de esta manera a una persona que lo ha dado todo por los demás? Lo que demuestra mi teoría de que estamos solos en este mundo, desamparados a nuestras anchas. Nosotros vivimos un ciclo de la vida que no se nos ha regalado por lo que somos conscientes de que hemos de sufrirla hasta el final.  Mamá no había hecho nada malo como para que se le tratase así en una vida que pintan de alegría y felicidad. ¿Y qué hay de nosotros? ¿Por qué hemos de vivir su despedida? ¿Por qué tenemos que seguir sin ella?

«¿Me estás castigando a mí?» pensé sin dejar de buscar algo en el final del universo encubierto por ese cristal azul que nos envolvía. «¿Es porque dudo de tu existencia?» Hablaba mentalmente con alguien desconocido que según dicen se esconde allá arriba en el cielo. Si hubiera otra manera de hacerlo lo haría, pero la ciencia, a pesar de haber inventado internet, las video llamadas, la telefonía móvil, seguía sin poder ponerse en contacto con Él. Podría recurrir a la iglesia, pero creo recordar cuándo fue la última vez que la visité vestido de marinero a los ocho años de edad. No es porque no creyera en esas cosas pues se me había educado en una religión católica desde pequeño ya que mi madre así lo quería. Pero vivimos en un mundo en el que es difícil levantarse cada día y confiar en que alguien nos está ayudando desde otro sitio. Admito que hemos sido los jóvenes los que nos hemos alejado pero eso no quita que no sigamos queriendo ser iguales. ¿Cómo creer en algo que no ves ni se manifiesta? «¡¿Por qué lo haces?!» gritaba para mis adentros recubierto de rabia. «¿Te gusta jugar con nosotros? ¿Acaso somos tus juguetitos y te diviertes colocando en la variedad de situaciones posibles?» Él sabía cuál era la manera en que podría sufrir más esta vida, mi llaga, mi punto débil, pues una madre no se puede perder así porque sí. Sería el mayor castigo jamás impuesto a un niño. ¿Por qué se me sancionaba?

                Intenté frenar mi conflicto emocional con algún pensamiento positivo pues comenzaba a desvariar y pronto acabaría tumbado en una cama al lado de mamá contando los pocos días que me quedaban para acabar con todo.

«Si estás ahí …» insistí con tono más razonable, «…ayuda a mi madre, por favor. Cógeme a mí si es necesario pero déjala seguir con su vida.» Me aferré tanto a ese pensamiento que incluso noté pedirlo de todo corazón. Intercambiaría mi vida por la de mamá si pudiera. La quería tanto…

                Forzaba la vista para ver más allá de donde mis ojos alcanzaban pero sabía que eso era una tontería. Y de repente algo me hizo bajar de las nubes y atrajo de nuevo mi mirada al siniestro edificio de inocentes martirizados. Un destello brilló en uno de los cristales del segundo piso a pesar de que el reflejo del sol daba a la otra cara del edificio. Unos segundos más tarde hubo otro destello en la tercera planta.
«Me encuentro mal. Debería descansar un poco.»

                Observé de nuevo el sol antes de volverme a la habitación deseando robarle un poco de su infinita energía para poder dársela a mamá y que pudiera quedarse conmigo un tiempo más. Cualquier ayuda sería bien agradecida. Un milagro es lo que piden los médicos y es lo que yo había salido a buscar pero confío en que esa ayuda llegue pronto pues no se nos ha permitido poder detener el tiempo y jugaba en nuestra contra.
«Por favor…»

Y con esto dejé mi dura reflexión para enfrentarme a lo que sería la recta final en una lucha entre la vida y la muerte de una persona inocente.

domingo, 15 de mayo de 2011

3. La leyenda

Capítulo tercero

Amablemente rechazó mi ofrenda cerrando la palma de mi mano hasta que el puño envolvió el pequeño objeto en su interior.

− Gracias por el regalo, pero no puedo aceptarlo – dijo sin borrar la sonrisa de la cara −. Es tuyo y debes guardarlo tú.

− Pero yo quiero que te lo quedes – dije insistiendo intentando abrir de nuevo el puño que apresaba el amuleto pero ella lo amarraba para evitarlo −, quiero que te proteja.

No respondió pero seguía tan alegre como al principio incluso llegó a soltar una pequeña carcajada. Aunque hubiera rechazado mi regalo, al menos había conseguido mi propósito de hacerla reír. A simple vista diría que notaba algún pequeño avance en su mejoría. Quizás había encontrado ese brote de esperanza en su salvación.

«Esto parece que funciona de verdad» pensé presionando levemente el amuleto. Si el ángel había acudido a nosotros estaba haciendo bien su trabajo pues en todo el tiempo que mi madre estaba ingresada, era la única vez que nos veía sonriendo.

− ¿Por qué no te lo quedas? – le pregunté –. Quizás esto te ayude a mejorar.

− Esto no funciona así, hijo – su sonrisa parecía coger un tono más apagado −. Lo que a mí me pasa es algo más complicado que una simple enfermedad.

− Pero…

− Es cierto que necesito un milagro − debió advertir que estaba a punto de estallar en la desesperación y me apaciguó interrumpiéndome −, pero ese ángel de la guarda es tuyo.

− ¿Qué dices? Lo podemos compartir.

De nuevo brilló su sonrisa como al principio y eso me hacía sentir bien.

− No recuerdas nada de lo que te contaba cuando eras pequeño, ¿verdad? – hizo un gesto invitándome a tomar asiento a su lado en la cama – Cada “llamador de ángeles” es único y personal. El sonido que emite es escuchado en algún lugar por un ángel que viene a proteger a su poseedor. No puede transferirse ni dar a nadie. La unión entre ese ángel y la persona es muy fuerte y éste guardará por su seguridad el tiempo que necesite. Un ángel de la guarda no protege a varias personas a la vez, sino que cuida del poseedor del amuleto como un enlace que tienen en común entre los dos, inseparable, irrompible. El ángel velará por tu seguridad y no por la mía. Es tuyo y no puedes cedérmelo así porque así.

 − Pero no soy yo el que necesita ayuda, es a ti a quien tiene que cuidar y quiero que te lo quedes.

− Si alguien que no seas tú toca ese amuleto, el contacto con tu ángel de la guarda se perderá para siempre – explicó volviendo su rostro un poco más serio. Intentaba hacerme comprender algo en lo que no estaba de acuerdo.

- ¡Bobadas! – exclamé decepcionado –. Eso es una tontería.

No hubo comentario por su parte sobre mi exaltación. Se limitó a observarme a los ojos para que intentara razonar un poco. La verdad es que si era yo quien lo había traído hasta aquí debería poner un poco de mi parte en intentar comprender algo que se alejaba más allá de mis creencias, sino no serviría de nada. Si seguía actuando así se daría cuenta de lo poco que creía en esas cosas y no quería entristecerla.

− ¿Y crees que todo eso es verdad? − cedí a mi insensatez y me limité a escucharla.

− Claro que sí, ¿tú no?

Contesté haciendo un mohín con los hombros.

− Todo está en las creencias de cada uno – desapareció su tono severo y se le notaba más relajada mientras me explicaba −. Cuanto más crees en una cosa más posibilidades hay de que ésta sea real. Cuántas personas en el mundo habrán que tengan creencias absurdas para otros pero que siguen haciéndolo ciegamente. El mundo es así, nos aferramos a lo que desconocemos y eso nos ayuda a seguir adelante. Es cuestión de fe.

− Pero eso no dice que sean verdaderas – respondí a su comentario.

− Solo tú sabrás si lo son cuanto más creas en ellas.

− ¿Y tú crees que los ángeles existen?

− Pues claro – soltó una pequeña risotada −. Y tengo la suerte de conocer a uno.

− ¿De verdad? – pregunté intrigado.

− Pues claro hombre – y me abordó en un delicado abrazo −, el más bueno y más guapo del mundo −. Sabía que se refería a mí y me limité a absorber toda la felicidad que se estaba generando en mi interior −. ¿Qué haría yo sin ti?

Y nos quedamos en silencio un buen rato, saboreando el momento. Ambos sabíamos la frase siguiente tras su comentario pero lo que no sabíamos era quién echaría más de menos a quién. No quise romper la situación así que me limité a sentir el débil corazón de mamá entre sus brazos y a oler su suave fragancia a canela que tanto me gustaba. Claro que la echaría de menos, pero me negaba a la idea de que la iba a perder. Puedes querer a miles de personas pero nunca encontrarás un amor que pueda igualarse al de una madre. Pero la tristeza que mamá embargaba en su interior se hacía contagiosa. Notaba con sus débiles latidos cuanto sufrimiento albergaba en su interior, luchando por mostrarles una sonrisa.

− ¿Hay alguna manera de que pueda conseguirte alguno? – quise animarla un poco −. Ahora mismo voy y te compro un llamador de ángeles en alguna tienda.

Me soltó de su abrazo y contemplé en su rostro que algo se me había escapado.

− No todo el mundo tiene un ángel de la guarda, hijo. Hay miles de imitaciones que hacen para sacar beneficio pero solo unos cuantos son únicos.

− ¿A qué te refieres? – pregunté para intentar comprender mejor el significado del amuleto −. ¿Sugieres que son falsos? Entonces no sirve de nada que lo tenga.

− Si el ángel debe estar a tu lado el amuleto se cruzará en tu camino sin que lo pidas. Es el destino – sonreía como si le estuviera contando un cuento a un niño pequeño −. No se busca al ángel, él te encuentra a ti.

− Pero yo no quiero que esté conmigo, quiero que te cuide a ti.

Se detuvo a meditar sus palabras como el profesor que intenta explicar el problema a un niño después de varios intentos fallidos.

− ¿Sabes la leyenda de estos amuletos? − mi expresión debió contestarle −. Los jóvenes de hoy no tenéis conocimientos fuera de los libros que os dan en el colegio. Tanto internet y ordenadores, ¿para qué? No tenéis interés por nada – a pesar de su regaño no parecía enfadada, simplemente aprovechaba mi ignorancia sobre el tema para sentirse importante y me limité a no protestar para que siguiera sintiéndose bien −. Pues verás. Según dice la leyenda, hace muchísimo tiempo, los ángeles estaban en contacto directo con las personas. Ellos habitaban la tierra como todos los seres pero por alguna razón, quizás por la desobediencia de los hombres hacia la ley de Dios o por su dedicación al libre albedrío que les dejó actuar a sus anchas, tuvieron que dejar la vida relacionada con ellos, subiendo a un nuevo plano en el que no pudieran estar en contacto. Los ángeles, dolidos por la separación a la que estaban sometidos, ofrecieron una pequeña reliquia de plata en cuyo interior se escondían unas pequeñas lágrimas plateadas que al ser agitadas emitirían un sonido que sería reconocido por él allá donde estuviera y acudiría en su protección. Y aun sin ser vistos ellos seguirían proclamando su protección. Era tanto el amor que sentían los ángeles por los humanos que fueron incapaces de cortar los lazos que les unían a ellos y les obsequiaron con un amuleto con el cual podrían seguir en contacto.

Pausó unos segundos para contemplar mi reacción. Debí mostrarme interesado pues sonrió y siguió contando. La verdad es que había conseguido intrigarme.

− Cada “llamador de ángeles” tiene un color diferente y un sonido peculiar que es reconocible sólo para cada ángel que acompaña a un humano, aquel que posee el amuleto, y estos se convirtieron en los ángeles guía, o guardianes como los conocemos, que ayudarían a los humanos a encontrar el camino de vuelta a su reencuentro. Solo bastaba con agitar la esfera si se encontraba en problemas o simplemente tristes o desprotegidos y el ángel acudiría en su ayuda. Impotentes de actuar por su propia voluntad, envidiosos de no poseer la libertad que se nos había regalado, no tuvieron más remedio que vigilarnos desde otro lugar ajeno a nuestra visión, deseosos de acudir a nuestro lado cuando fueran proclamados. Cometieron el fallo de ofrecer el amuleto de forma individual para tener un ángel exclusivo y personal, que acudiría a la llamada escuchando su respectivo sonido, propio y reconocible para cada uno de ellos y la condición de no ser transferido a otras personas pues la gente ha ido dejando de lado estas creencias y se ha ido perdiendo la unión que mantenían. Sugirieron que cada llamador sería personal e intransferible para otras personas, lo que ha conseguido que se pierda la vinculación con muchos de los ángeles quedando alejados de nosotros para toda su eternidad. Si el amuleto era tocado por otra persona que no sea la poseedora, la magia se perdía y el ángel dejaba de estar contacto con el humano y en todo caso con la tierra.

Descansó un poco su explicación para beber un poco de agua del vaso que descansaba en su mesita. Comenzó a toser como si se estuviera ahogando y retiré yo mismo el vaso para que pudiera respirar bien. Me puse algo nervioso pero se me pasó al comprobar que no se trataba de nada grave.

− ¿Y por eso no quieres coger mi amuleto? – pregunté interesado pues el tema me había atraído bastante no sé si por la forma en que lo estaba contando o por la simple opción de creer en la veracidad de esas palabras pues necesitaba que un ángel nos ayudara ahora mismo.

− El llamador se cruzó en tu camino y es a ti a quien debe guiar y proteger – respondió acomodándose un poco en su dura cama de hospital.

Observé el amuleto que sostenía en la palma de mi mano, tan pequeño y frágil y tan curioso y enigmático a la vez. ¿Sería todo cierto?

− ¿Y no puedo conseguirte uno? Seguro que hay miles como este.

− Seguro que hay muchísimos como ese – respondió colocando su vista en él. Se quedó pensativa como si estuviera recordando algo relacionado con el amuleto −. Pero solo unos pocos tienen el verdadero enlace con los ángeles.

− ¿Por qué dices eso?

− Las personas se han vuelto avariciosas a consecuencia del consumo y la economía. Buscan cualquier motivo para sacar beneficio de él por lo que han construido ellos mismos imitaciones baratas de estos obsequios para sacar algún dinero con ellos y de la ignorancia de la gente. Los ángeles ofrecieron un número limitado de amuletos que ha ido creciendo considerablemente con el paso de los años. Seguro que solo unos pocos llegan a ser originales.

− ¿Y cómo sabré si este es verdadero? – ahora la duda me corría por dentro −. ¿Cómo sabes que no es una imitación barata si no vemos a los ángeles?

− Todo es cuestión de fe hijo. La mente y el corazón de las personas pueden mover montañas, solo hay que creer en ello – interrumpió su frase tosiendo sin parar hasta que pudo recuperar el control de nuevo mientras le ofrecía un poco más de agua −. Sólo tú sabrás si es verdadero o no. Deberías sentirlo – y siguió tosiendo.

Puesto a que no dejaba de toser y ahora la veía más delicada decidí dejar la conversación de lado por un rato. Después de acomodar su almohada para que estuviera más cómoda y pudiera descansar mejor alcé la esfera de plata en el aire y la agité para escuchar su sonido. Algo dentro de mí deseó que todo lo que mamá había contado fuera real y nos mostrara un poco de ayuda. Quizás la historia había variado con el tiempo y no fuera tan explícita como ella lo había contado. Quizás el ángel podría mostrar un poco de compasión por mamá y ofrecerle su ayuda. No sé si funcionó pero el leve sonido de campanillas emitido desde su interior me llenó de esperanza y de fuerzas para seguir llevando esta situación.

Mamá cerró los ojos como señal de que estaba muy cansada. La arropé con la manta hasta el cuello y besé su frente. Ella dibujó una sonrisa como señal de gratitud. Se le veía agotada debido al esfuerzo que había hecho por mostrarse bien ante mis ojos pero yo sabía que estaba muy delicada así que la dejé descansar saliendo fuera del hospital a meditar, pero no sin antes depositar el llamador de ángeles en la mesita para que le hiciera compañía en mi ausencia.

martes, 10 de mayo de 2011

2. Tan solo una sonrisa

Capítulo segundo
               
Tragué varias bocanadas de aire para tomar el control de mi ritmo cardíaco antes de acceder a la habitación del hospital donde descansaba mamá. Hice un trayecto muy largo desde casa sin pausa alguna en mi carrera. Limpié el sudor de que resbalaba por mi frente y arreglé un poco mi vestimenta desarraigada. Traqueé suavemente la puerta para no despertarla en caso de que estuviera dormida y accedí lentamente abriendo la puerta. Tal y como supuse, ella no había mejorado y seguía allí tumbada con su rostro algo descompuesto con la enfermedad pero con esa sonrisa suya que la hacía tan angelical. Aun descansando, con los ojos cerrados, no era capaz de relajar la curva que formaba la comisura de sus labios formando ese arco sonriente. Esperaba encontrar una pizca de esperanza en su mejora cuando le diera el amuleto. Ella más que nadie necesitaba un milagro, un ángel de la guarda que la acompañe en su plegaria.

− ¿Mamá? – susurré − ¿Estás despierta?

                Ella abrió lentamente los ojos como si le sobrellevara un gran esfuerzo.

− Hola cariño.

− ¿Cómo estás? – pregunté aproximándome a su vera − ¿Necesitas algo?

                Se limitó a negar con la cabeza para no malgastar fuerzas mostrando su delicada voz.

− Bueno, sí – se contradijo golpeándose suavemente en la sien con el dedo índice como señal de dolor en la cabeza, aunque en realidad  yo sabía lo que quería. Era como engañar a un niño pequeño para conseguir un beso diciendo donde te duele y que con eso se puede curar. Pero yo sabía que buscaba algo más que eso. Algo se amagaba en sus ojos, oculto tras esa sonrisa inocente, casi forzada, que intentaba mostrar siempre. Sabía que buscaba algo de cariño. Si para nosotros, ya de por sí, nos era difícil asumirlo, ¿cómo se debe sentir la persona que ha de cargar con todo ello? ¿Cómo te sentirías cuando sabes que has de abandonarlo todo forzadamente y tener que despedirte? Yo mismo acallé las voces en mi cabeza y me aproximé para darle un ligero beso en la frente.

− ¿Mejor?

− Uy, sí, muchas gracias – mintió grácilmente dedicándome otra de sus sonrisas de esas que te hipnotizan y te hacen sentir bien, lleno de alegría.

                Habría querido quedarme así por toda una eternidad, observando su sonrisa desbordante de tranquilidad y felicidad, aun sabiendo que está pasando por momentos tan duros. Podría acabarse el mundo y no prestarle la mínima importancia mientras pudiera seguir hechizado de esa manera, resbalando la mirada por la comisura de unos labios abiertos a la luz de la vida, haciendo frente a cualquier circunstancia con una bella sonrisa.

− Te he traído una cosa, mamá – y eché mano al bolsillo para extraer mi pequeño tesoro, pero ella advirtió enseguida de qué se trataba gracias al tenue sonido que emitió nada más tocarlo.

                De repente una extraña atmósfera nos envolvió y mi madre me regaló un bonito guiño que daba confianza y engrandecía aun más su sonrisa embelleciendo su delicado rostro. Dediqué un buen instante a memorizar ese hermoso cuadro que se había dibujado ante mis ojos. No sabría el tiempo que tardaría en volver a contemplarlo pero quería quedarme con esa imagen para siempre.

viernes, 6 de mayo de 2011

0. Comienzo de una historia distinta a las demás


PRÓLOGO


El mundo tal y como lo conocéis ha ido evolucionando con el paso de los años y la mente humana se ha ido alejando de las creencias que le acompañaban. Miles de leyendas se pierden en el olvido por culpa de la sociedad que envuelve al individuo hasta conseguir dominarlo y robarle su propia esencia de vida, robots de la estructura, simples peones del sistema. Economía, salud, dinero, bienestar… ideales comunes que forman a la mente desde su nacimiento y les acompañan en todo su proceso constructivo. Crecéis según la sociedad os indica, dejando atrás tantos años de existencia, centrándoos únicamente en vosotros mismos, en llevar una vida lo mejor posible. La historia se ajusta en el día a día del individuo, olvidando los acontecimientos que han hecho posible la estancia en un mundo con bienes escasos para todos. La carrera por la subsistencia empezó hace muchos años, aunque sois ignorantes que vivís para esa supervivencia. Es cuando te encuentras realmente en apuros que recurres a esas leyendas olvidadas para encontrar un apoyo moral con el que seguir luchando, historias que dan un nuevo brillo a tu vida y ese pequeño empujón para seguir viviéndola. Si estas leyendas desaparecieran por completo, no quedaría nada más que una vida inmersa en lo cotidiano, sin sentido ni sabor, luchando hacia un final que no tendrá más remedio que llegar.

Es cuando tenéis miedo de mirar al frente que os aferráis al pasado, sin ganas de seguir caminando, temor de un futuro reservado del cual no se puede escapar, intentando agarrarse atrás para no caer en el abismo que os concierne. Es allí donde buscáis una vía de escape, un ligero atajo que os ayude a evitar la dureza de los acontecimientos. Pérdidas, pobreza, amores, salud, trabajo, inteligencia… Todo lo que se nos ofrece en esta vida lo hemos de devolver más adelante. Un ideal que infringe la moralidad del ser humano de querer vivir en un mundo tan insólito.

Es ahí cuando os acordáis de nosotros. Protección, bienestar, poder, belleza, inteligencia, control, fortuna, paz… ¿Quién os puede dar eso y más? Es entonces cuando necesitáis de nuestra ayuda y hacéis una llamada de desesperación urgente. Pero uno no puede hacer de esa voluntad sin un vínculo establecido con antelación. ¿Dónde estamos cuando se nos necesita? Es por eso que os recuerdo de vuestra ignorancia y olvido hacia nuestras historias, que rara vez nos hacen presentes en vuestra existencia pero que nos llevan al borde de la desaparición. El dejar atrás esas leyendas hacen que perdamos los lazos que nos unían y haga imposible una actuación premeditada. Cuentos. Fábulas. Leyendas. Historias. Podéis llamarlo de mil maneras, pero siempre acudís a nosotros cuando más os urge, al filo de la desesperación, en la más profunda desolación. Una simple frase y creéis haber sido bendecidos. Una sencilla oración que brota del alma y suena hasta el más recóndito lugar del universo, pidiendo ayuda, demandando protección. “Ángel de la guarda…” Ligeras palabras pero con una fuerza inigualable. Vuestros labios silabean oraciones con el fin de conseguir un propósito pero ignoráis cual fue el pacto que desde antaño nos ha mantenido unidos a vosotros. Pedís por vuestra boca cuando sois vosotros mismos los que pretendéis a nuestra desaparición. No se ignora algo que se desea. No se olvida algo que se quiere. Aspiráis a ser como nosotros cuando ignoráis de nuestra existencia.

Ángeles, brujas, dragones, seres mitológicos… Todos ellos olvidados, muertos en la memoria. Vanas creencias que dan lugar a la duda y el desconcierto. ¿Existieron alguna vez? Soporte de una fe que llega a consumirse en el interior de cada sujeto acabando como simples palabras escritas en textos de alguien, cuyo corazón goza de brindar un enlace primario con estos seres. Un vínculo establecido por la inexplicable ley del universo.

Humildes manifestaciones ante los ciegos de la realidad. Susurros al viento que se deshacen en la nada. Brotes de esperanza que mueren en la oscuridad de un corazón inexperto. Fuego que se sofoca en el interior de un cuerpo inerte a creencias más allá de su propia existencia. Esto es a lo que hemos aspirado a ser gracias a vosotros.

Pero algún día cambiarán las tornas y seréis vosotros los que os encontréis al borde de la extinción y será entonces cuando volvamos a  renacer, rogando nuestra aparición como acto de impotencia hacia un final inapelable. Y es ahí cuando haréis uso a nuestra llamada.

Ángeles guardianes. Querubines y Serafines. Potestades y Principados. Dominaciones y Virtudes. Y desde luego, a los Arcángeles. Una jerarquía divina que queda alejada de la mano del ser humano por su propia voluntad. Una fe ahogada por culpa de la sociedad que les corroe.

Y si has llegado a leer hasta aquí es porque tú también te encuentras en un momento de la vida en la que necesitas apoyarte en estas vagas creencias que hacen del dolor y la tristeza un sentimiento pasajero en el que temes hundirte.

Permíteme contarte una historia que te hará dudar de tu propia existencia como ser y plantear diferentes cuestiones sobre el entorno que te envuelve al que denominas “Realidad”. Tú mismo flotarás sobre la gran conocida palabra que conocemos como “mentira” y llegarás a un punto de donde no sabrás escapar, donde el desconcierto y la duda hará de tu mundo una existencia irreal.
Antes de nada recita conmigo:

“Ángel de la Guarda
Dulce compañía
No me desampares
Ni de noche ni de día”

Y nota como desaparece tu soledad mientras una extraña sensación te envuelve y te llena mientras te acompaña en la lectura de esta historia.

jueves, 5 de mayo de 2011

1. El amuleto

Capítulo Primero

           Escuchaba el sonido armonioso de un tintineo de metales en mi cabeza mientras intentaba recordar donde lo había guardado la última vez. Se repetía constantemente en mi mente como un vago recuerdo que nunca se olvida. Era un sonido celestial, suave y embriagador. Cada vez que mis oídos eran deleitados con su leve armonía, sentía como si en mi interior naciera un sentimiento desbordante de alegría. Recordaba su forma, su tamaño, su color, incluso su sonido, pero me era imposible recordar el lugar donde lo vi por última vez. Me encontraba en una de esas situaciones cuando crees haber visto las cosas en miles de sitios <juraría que lo he visto aquí> y cuando miras nunca está. Rebuscaba entre los cajones, los armarios, todos y cada uno de los bolsillos de mi ropa, las mochilas… Pero no daba con él.

                Advertí alguna lágrima que surtía de mis ojos como señal de lamento. Quizás por  el simple motivo de no dar con su localización ahora que pensaba podría serme de utilidad, o por el hecho de tener a una madre al borde de la muerte. Una visión de su cuerpo tendido en la cama del hospital hizo que sufriera un ataque de cólera extrayendo todo el contenido del cajón de mi escritorio vertiéndolo por el suelo de toda la habitación. Estaba muy enferma y mi impotencia de no poder hacer nada por ella me dañaba en lo más profundo. Y además, la única cosa que podía serme de utilidad la había perdido.

                Me derrumbé a los pies de la cama agazapando la cabeza entre las rodillas. Intentaba controlar el vertido de lágrimas que se derramaban por los brazos entrelazados pero era un acto reflejo que mi cuerpo emitía por sí solo. Respiración acelerada. Pensamientos negativos. La moral más baja que el sótano de una mina. Me sentía desolado. Recordaba las palabras que el doctor le decía a mi padre mientras esperaba sentado en la sala de espera, esa misma mañana después de examinar a mi madre y su reacción de llevarse la mano a los ojos para evitar ser visto llorando como afirmación a su teoría.

                A mis veintidós años de edad, el mundo no podía jugarme esta mala pasada. No podía permitirme perder una madre cuando me disponía a despegar del nido. Sin ella a mi lado perdería el vuelo dándome de morros contra lo primero que se me opusiera. Era un polluelo indefenso incapaz de abrir sus alas. Me sentía tan pequeño… Juraría que no hice nada malo en esta vida como para merecer tal castigo. Un dolor que viviría conmigo hasta el fin de mis días. Una daga en el corazón que recordaría una gran pérdida con cada suspiro que realice.

−¡Mierda! – grité decepcionado −. ¿Por qué tiene que pasarme esto?

                En el interior de mi mente hubo una transición de gratos recuerdos junto a mi madre desde que era pequeño. Me centré que en alguno de ellos aparecía ese pequeño objeto que estaba buscando tan desesperadamente, colgado en la cuna para que sonara cuando ésta se meciera, cuando lo colgamos en la puerta de mi cuarto para cuando entrara o saliera de él,… Sabía que era algo insignificante, y más aun cuando no tienes fe en ello, pero sentía que era un preciado amuleto que ella misma me regaló y ahora era yo quien quería dárselo. Pensaba que si le acompañaba en estos momentos tan difíciles, quizás pudiera nacer una mínima de esperanza.

                Y es en situaciones como esta cuando tiendes a aferrarte a algo desconocido, cuando pides ayuda a lo que no puedes ver, cuando una pizca de fe comienza a brotar desde donde no la hay, intentando buscar una solución, un mínimo de auxilio, un poco de compasión, una respuesta. No está en nuestra mano el poder hacer milagros, y es por ello que te opones a tus creencias y buscas más allá de lo que conoces. Y fue entonces cuando comencé a susurrar palabras a aquel del que desconozco su existencia:

−Por favor, Señor – apretaba mis puños con fuerza como si quisiera dar intensidad a las palabras−, ayuda a mi madre. Ella te necesita más que nunca. No te pido nada para mí, solo que le ayudes a salir de esta situación y que pueda quedarse con nosotros. Ella es una gran mujer. No entiendo que alguien como tú le tuviera reservado un destino tan trágico – ahora apretaba los puños más bien como señal de rabia −. Tú solo ayúdala, por favor, y haré cuanto esté en mi mano para compensarte.

                El rostro de mi madre me acompañó en toda mi petición pero desapareció al percibir de nuevo en mi cabeza el sonido del amuleto, tan enternecedor como siempre, y como si hubiera sido una respuesta inmediata a mi oración, recordé donde estaba guardado. Me alcé con ligereza y subí corriendo al desván. Allí solíamos guardar las cosas viejas y los objetos inservibles, pero yo buscaba expresamente una cajita de puros que conservaba desde pequeño. La encontré llena de polvo junto un montón de libros viejos en una estantería. Sentí como por dentro me llenaba una satisfacción por haberla encontrado. Y más aun al abrirla y encontrarlo allí, pequeño, redondo y recubierto de plata. Mi propio “llamador de ángeles”. Lo extraje lentamente agarrándolo por el cordón de plata que lo sujetaba y lo acerqué al rostro para observarlo. Emitió un ligero sonido con el material que guardaba en su interior esférico y una extraña sensación me envolvió desde los hombros. Ese fue el primer momento del día en el que conseguí sentirme bien y olvidarme de toda aquella situación. Me sentía bien mientras lo observaba como si se hubiera generado una barrera alrededor y me apartara de todo lo malo que pudiera atacarme mental y físicamente.

                En el interior de la caja habían más objetos que me recordaban a mi niñez como un diente de leche, el cual guardé por miedo a que el “ratoncito Pérez” me lo robara, un mechón de pelo de mi primera novia junto algunas cartas suyas donde me mostraba todo su amor, un llavero de mi primera visita a “Port Aventura” en Barcelona, y una foto. La sostuve entre mis dedos mientras dejaba caer al suelo el resto de reliquias que había guardado durante tantos años. Era la mitad de una fotografía en la que podía ver a mi madre, tan joven y guapa como siempre. Observaba su eterna sonrisa, reluciente y sincera como las estrellas, cuya belleza jamás había podido extinguirse. Era capaz de sonreírle a todo, fuera cual fuese la situación. Algo que me habría gustado heredar de ella.

                Al observar la fotografía de mi madre noté como esa sensación embriagadora que me envolvía crecía por momentos como si quisiera cubrirme del todo, tanto como hasta el punto de quererme tocar el corazón y llenarlo de alegría.

                Pero no me entretuve en saborear aquella sensación a la cual atribuí de ser consecuencia del mérito de haber hallado el amuleto por fin y salí corriendo hacia el hospital para entregárselo a mi madre y conseguir verla sonreír de nuevo.